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San Miguel Arc. |
Éste es el retablo principal de la Capilla de los Naturales (ó Capilla de Padre Jesús), a la derecha colinda con el Retablo de Jesús Nazareno y a su izquierda con el Retablo de la Virgen María.
Consta de una preciosa estructura
que ostentosamente se yergue asida a dos grandes estípites
exentos -los más típicamente churriguerescos
de todo el templo- que sostienen el único cuerpo
del conjunto, coronado con un remate, como hemos visto
que son todos los retablos de Santa Prisca.
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El zócalo
es también rojo y oro. Los magníficos
estípites se elevan sobre peanas -a su vez apoyadas
en altos zócalos- que por sus tres caras visibles
chorrean granadas y follajes. Los finos estípites
piramidales, muy esbeltos -los más esbeltos de
todos los que hay en el templo- se adoman con molduras
y ramos de granadas. Los cubos, también moldurados,
llevan bustos de santas en sus tres caras.
Después, por encima de éstos, hacia lo
alto, continúan más follajes y molduraciones,
en seguida de los cuales aparecen los capiteles, adornados
con conchas y compuestos con unos resaltos tan altos,
que más parecen ser éstos los capiteles.
Sobre los resaltos se asienta el ancho cornisamento
moldurado y quebrado en varios planos de profundidad,
de preponderante gusto geometricista, muy vigoroso y
salpicado de las inevitables y muy balbasianas conchas,
así como con ramos de follajes y más granadas.
Como hemos dicho éste es el altar de Ánimas,-
es decir el que sirve para decir misas en honor y favor
de los muertos, como puede confirmarse por los elementos
religiosos que lo componen. La gran pintura central
-que como todas las de este altar nos parecen de Miguel
Cabrera, es una colorida alegoría, muy dieciochesca
y barroca en todas sus partes y en su expresión,
en donde aparece el arcángel San Miguel como
figura central y principal, con la balanza en donde
han de pesar las almas antes de llevarlas al cielo,
de ahí que se le invoque a la hora de la muerte,
esto constituye una de las ocupaciones más antiguas
que se le atribuyen.
En lo alto aparece la Trinidad asentada sobre un globo
celeste sostenido por querubines. Un poco más
abajo, según les corresponde en categoría,
están arrodillados la Virgen María y San
José, abogando por las almas del purgatorio,
que en actitudes de suplicante arrepentimiento, se ven
en la parte baja del cuadro, alentadas por algunos ángeles.
A los lados de San Miguel Arcángel hay grupos de santos que también
interceden por los pecadores entre los que hemos podido
conocer solamente a San Ignacio de Loyola, San Francisco
de Sales, un apóstol y Santa Gertrudis. La figura
de San Miguel es espléndida, dirigiendo todo
este concierto de almas santas y pecadoras, en donde
claramente se ve que los salvados claman por la salvación
de los pecadores.
Es muy explicable la presencia de San Ignacio de Loyola en esta composición por haber sido autor de los
famosos Ejercicios Espirituales, libro de oración
que ayuda al perfeccionamiento del alma y a practicar
profundos exámenes de conciencia para lograr
la salvación eterna. Este popular santo, corno
se sabe, fue además el fundador de la Compañía
de Jesús. Era militar español de noble
familia vasca que herido en el sitio de Pamplona padeció
una larga convalecencia que lo hizo reflexionar sobre
su vida espiritual y decidirse finalmente a abandonar
la milicia y a abrazar el sacerdocio.Murió en
Roma en 1556.
San Francisco de Sales,
de quien ya hemos hablado antes, porque está
representado también en el altar de la Virgen
del Rosario, fue obispo, doctor y fundador. Se dedicó
a la conversión de los calvinistas y escribió
varios libros de ascética. Probablemente haya
tenido algunos otros méritos especiales para
figurar en esta alegoría, al lado de los santos
que ejernplifican con su vida y obras los caminos para
la salvación de las almas.
La presencia de Santa Gertrudis queda también ampliamente explicada, porque esta
mujer fue una monja benedictina famosa por su gran amor
a Dios y su ascetismo, que quedaron manifiestos en varios
escritos, siendo parti- cularmente conocido el qiqe
se titula Revelaciones. Es otra de las santas estigmatizadas,
que luchó desmedidamente por la perfección
espiritual y que constituye uno de los grandes "modelos"
de perfección religiosa más dignos de
imitación. Murió en 1302. En el cuadro
la vemos llevando en la mano su corazón inflamado
del más ardiente amor por Cristo.

Las tres pinturas del remate están también
claramente vinculadas con el tema de la salvación
de las almas. Las dos de los extremos representan a Cristo y a la Inmaculada sacando ánimas
del purgatorio, y la de en medio representa a Nuestra
Señora del Carmen o del Santo Escapulario.
Esta advocación de la Virgen que toma su nombre
del Monte Carmelo, en donde el profeta Elías vió la nubecilla milagrosa, es muy popular entre
los fieles, porque a ella -según la tradición-
se debe el empleo del escapulario como talismán
para ganarse la salvación eterna. Con esta prenda
la Virgen quiso distinguir a la orden carmelitana apareciéndosele
a San Simón Stock, a quien le entregó
el escapulario diciéndole que: "... los
que con él murieren no padecerán el fuego
eternal".
En los cubos de los estípites, hay figuras de
doncellas y mancebos o arcángeles, pero no hemos
podido identificar a todas. En el estípite izquierdo
desde el punto de vista del espectador hay una doncella
que lleva una flama en sus manos y otra que al parecer
va portando una chinela dorada.
En el estípite
derecho se asoma Santa Lucía con sus ojos en la mano, y otra de las figuras lleva
una palma del martirio. Aunque no sepamos a quiénes
pertenecen todos esos rostros candorosos, es evidente
que representan el martirio de alguna manera; la heroicidad
de unas vidas que prefirieron el martirio con tal de
salvar la pureza de sus almas.
Los medallones que ornamentan el frontal de la mesa
del altar completan esta alegoría, recuerdo,
advertencia y símbolo de lo que debe ser una
muerte cristiana. En los tres medallones aparecen calaveras;
una va coronada, otra lleva tiara y la tercera luce mitra, significando con ello que la muerte iguala a
todos y no respeta las altas categorías que pueden
alcanzar los individuos en este mundo.
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