Se iniciaban los tiempos en que se descubrían las vetas de plata, casi a flor de tierra, se descubría la riqueza en las profundidades de la tierra, la explotación atrajo a todo tipo de gentes, algunas bien intencionadas y con miras al progreso, otras mas a la explotación y despojo de los que mas tenían. Así fue como llego un extraño personaje a lo progresista población de Taxco, donde todo era como una bendición, riqueza en sus paisajes y gente, una tarde después de ardua labor del descubriendo de vestigios de plata. Celebraban jubilosos tal acontecimiento, cuando algo extraño distrajo su atención, vieron a lo lejos venir a un hombre de gran estatura, una larga cicatriz le cruzaba el rostro, vestía ropas desgarradas, cayo de bruces, alargando su brazo solicito ayuda, los labios secos, los mineros solícitamente lo ayudaron.. le acercaron un recipiente con agua, lo reconfortaron con alimentos. Lo que nadie supo es que este hombre murió en un derrumbe cayéndole encima además de escombros una pesada viga que le marco el rostro. PERGAMINOS EN LATÍN CON INVOCACIONES SINIESTRAS. De sus ropas rasgadas sacó un rollo de pergaminos con inscripciones en latín. Extraños dibujos sin poder descifrar, el hombre, silencioso empezó a explicar el contenido de esos pergaminos y buscaba quien lo ayudara a descubrir vetas de plata. Todos le ofrecieron su ayuda, el decía conocer todos los secretos de la minería. En otro rollo que celosamente guardaba, se los alargo y a la luz de la tarde vieron dibujos de ornamentos religiosos, de vasijas, enseres de decoración y otros objetos utilitarios, también mostró armamento muy antiguo donde se aplicaba la plata y oro tan codiciados por todos. Recorrió con la mirada a todos los que lo rodeaban, señalando a uno de ellos un antiguo seminarista, le dijo descifrar estos textos, en esas frases se guardan grandes secretos de la minería. El seminarista asombrado de lo que leía, dijo con vos entrecortada que tenían que sacrificar a un minero en las entrañas de la tierra. Quien esto leyera y entendiera era el poseedor de los secretos de la inmortalidad de la minería. Todos guardaron silencio la mirada de cada uno recorría a los demás, por sus mentes pasaron mil historias, buenas y de malas intenciones de codicia. TODO ERA LA FIEBRE DE LA MINERÍA. Hubo quien ofreciera al seminarista su apoyo para comprar minas y explotarlas como ahí se indicaba. Lo que nadie supo es que lo que realmente decían esos pergaminos, hacían invocaciones al ¡Señor de las Profundidades! que era el que habitaba en el fondo de la tierra. El seminarista.. cauteloso, nunca revelo los secretos y en la soledad de la noche, vistió ropas diferentes a las suyas salió y fue en busca del ¡Señor de las Profundidades!, lo encontró en la boca de una mina recién descubierta, le dijo con voz pausada, esta mina mañana se derrumba, tu no vengas, tus compañeros morirán en el derrumbe, y así nos quedaremos con todo, tu y yo únicos dueños. Jamás reveles el contenido de los textos, a nadie. Regreso en la oscuridad de la noche, silencioso se acostó y al día siguiente fingió una enfermedad y fuertes dolores, que no podía asistir a trabajar, se despidieron del seminarista y le suplicaron que tradujera los textos, que todos querían participar de eses venturas, el Seminarista solo bajo la mirada y no respondió nada. A las pocas horas la agitación de la gente lo despertó gritaban pidiendo ayuda, hubo un derrumbe, solicitamos ayuda. El seminarista sintió un escalofrió que recorrió todo su cuerpo, se incorporó a los voluntarios para el rescate. ¡Ninguno tenía rostro!.. ¡quiénes son ustedes preguntaban, un silencio invadía el ambiente , corrió y vió a sus amigos en un desfile salir de las entrañas de la tierra, preguntaba el seminarista ¿Qué es lo que pasó?, la respuesta era general ¡Un derrumbe!. Un extraño sonido del fondo de la tierra sacudió las paredes, se escucharon voces, como de un coro, lo que cantaban nadie lo entendía, se vió al fondo una mano que se estiraba brindando ayuda, casi al llegar, la mano desaparecía, el polvo marcaba una silueta de un hombre de gran estatura, gritaba jubilosos! ¡Todos son mis vasallos, cayeron con el Señor de las Profundidades!, después de ésto... se celebraron misas, y cuando el seminarista iba a entrar, un fuerte viento lo detenía. Los pergaminos ya le quemaban las manos cuando trataba de leerlos, cada vez que trataba de descifrar el contenido, sentía un fuerte escalofrió, y el calor hacía que dejara por la paz los pergaminos. En medio de su desesperación salió en busca del "Señor de las Profundidades", al que nunca encontraba, solo le salió al paso en una ocasión un hombre alto, con una frazada que le cubría parte del rostro, con voz cavernosa lo conmino a que se detuviera, le solicito ver los pergaminos. El seminarista temeroso del embozado, lo llevó hasta su casa, y de un pesado baúl sacó los pergaminos, a la luz de una vela empezaron a verlos uno a uno, con el dedo indicaba el embozado lo que quería saber, pedía que se lo tradujera. sacó una filosa daga y le dijo, estos pergaminos son míos. El seminarista los oculto entre sus ropas, y en unos cuantos segundos sus ropas se incendiaron. El Embozado sacó los pergaminos de entre las ropas, del seminarista las apagó, se descubrió el rostro y la cicatriz apareció ante los ojos atónitos del seminarista que se consumía en las llamas. En el patio de una vieja casona donde se labraban piezas de un gusto delicado de plata, estaba el hombre de la cicatriz, lo acompañaban plateros que habían muerto años anteriores. A las puertas de Santa Prisca se veía a un seminarista con unos bultos envueltos en pergamino, y solicitaba a las personas que iban a entrar a la iglesia, que depositaran esos paquetes a los pie del altar, el sacristán los llevaba a la sacristía y desenvolvía los paquetes, gran sorpresa se llevaba al ver los ornamentos labrados en plata, producto de artífices destacados, el Sacerdote salía en busca de tan preciado regalo hacia a la Parroquia, no lo encontraba, solo a la distancia veía a un seminarista caminar pausadamente envuelto en llamas. El sacerdote regresaba a la iglesia y encontraba al sacristán desmayado, lo despertaba, le preguntaba ¿Qué había pasado?, respondió con voz doliente, un seminarista me golpeó y se llevo los ornamentos. El arrepentimiento del Seminarista al que llamaban "El platero Siniestro de Taxco", buscó ansiosamente al hombre de la cicatriz, lo llevó hasta al templo y lo obligó a arrodillarse y pedir perdón por todos los daños, gritó sus culpas y salió corriendo de Taxco dejando regados los pergaminos que el viento los elevó y se perdieron en la inmensidad del infinito, volvió la calma entre los mineros, se quitaron los egoísmos y todos trabajaron con entusiasmo. Se asentó en los documentos que los plateros jamás se accidentaron y mucho menos murieron. Toda esta leyenda fue vivida por el maleficio que recibió el seminarista por parte del hombre de la cicatriz, el seminarista, fue el único que vivió esta pesadilla, y se dice que perdió la razón y que vaga en las calles donde hay actividades mineras, no se ha podido olvidar la leyenda del ¡Seminarista!. Terminó sus días recluído en un convento, donde solicitó ayuda espiritual, con la mira de algún día ordenarse de sacerdote. Se cuenta que en ese seminario se ve durante la noche vagar por los jardines a un hombre envuelto en llamas, que con lastimeros lamentos se elevan al infinito. En algunas ocasiones se le ha visto vagar por las solitarias y oscuras calles de Taxco, arrastrando penosamente los pies, cantando alabanzas con unos pergaminos bajo el brazo. Su alma en pena sigue a través de los siglos vagando por Taxco.
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El Platero Siniestro de Taxco
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