También conocido como: Retablo de la Inmaculada Concepción de María.- El retablo de la Purísima o de la Inmaculada
Concepción de María , como era de esperarse,
está formado por representaciones relacionadas
con la vida de la Virgen y de su Hijo Jesús. Al centro, en la pintura principal aparece la Inmaculada cuya figura majestuosa de trazos apocalípticos
y bastante barroca en los vuelos de sus paños,
junta las manos sobre el pecho y está de pie,
curiosamente sobre una luna menguante invertida, es
decir, con los "cuernos" hacia abajo. Algunos
angelillos asisten a la Virgen y llevan insignias marianas.
Ya hemos visto, al hablar del retablo mayor, la importancia
y difusión que esta devoción alcanzó
aun antes de ser declarada dogma de fé en el siglo pasado.

La pintura del remate representa a la Santísima
Trinidad, cuya presencia en esta obra no necesita
explicación, y a sus lados se encuentran las
estatuas de un hombre y una mujer, que llevan un libro
en la mano y que no tienen aureola. Por esto último,
creemos que se trata de Simeón el anciano y de
la piadosa mujer conocida como Ana la profetisa. Ambos
personajes fueron testigos de la presentación
del Niño al templo de Jerusalén. Simeón
el Anciano es un personaje del Nuevo Testamento,
de quien habla San Lucas. Cuando el Niño Jesús
fue presentado al templo por sus padres, según
la ley de los judíos, Simeón estaba ahí
y lo acogió en sus brazos. Habiéndolo
reconocido como Mesías, recitó el Nunc
dimittis y entre otras cosas predijo a María
que una espada de dolor le traspasaría el alma. Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, al
cabo de siete años de matrimonio quedó
viuda y desde entonces no cesó en el servicio
de Dios, en el templo de Jerusalén. A los ochenta
años de edad fue testigo de la presentación
del Niño Jesús. Sintiéndose inspirada
anunció a todos los hebreos la presencia extraordinaria
del Niño y por ello fue llamada posteriormente
profetisa. Perteneció por lo tanto a los primeros
testigos conscientes de la Nueva Era Mesiánica.

Las escenas representadas en los relieves, corresponden
al momento de La Anunciación -o sea cuando
el arcángel San Gabriel le anunció
a la Virgen que iba a ser madre de Dios- y el Nacimiento
del Niño Jesús.

Abajo de dichos relieves,
de pie sobre las peanas de las pilastras, encontramos
las figuras de San Joaquín y de Santa
Ana, padres de la Virgen María. Santa Ana
lleva un libro en la mano, que recuerda -como hemos
dicho- el hecho de que ella personalmente le enseñó
a leer a su hija, y San Joaquín llevaba un báculo,
del que sólo le queda la parte superior.
Junto al Sagrario -en donde se encuentran los ángeles
pasionarios en el retablo de Jesús Nazareno había
dos figuras que representaban dos de las virtudes teologales.
Posiblemente eran la Esperanza y la Caridad,-
y también posiblemente el busto tallado que emerge
entre las, molduraciones que se localizan entre las
dos pinturas, sea la Fe, pues por lo general se representan
siempre juntas estas tres virtudes. Desgraciadamente
esta suposición no puede confirmarse, porque
las dos esculturas de abajo fueron robadas también.
Debajo de las imágenes de Santa Ana y San Joaquín
hay dos medallones que tenían bustos tallados
de niños con un Cordero en brazos y que ante
nuestra indig- nación impotente, han desaparecido
en los últimos años.
El frontal de la mesa del altar -actualmente cambiada
de lugar con la que corresponde al altar de San Juan
Nepomuceno- tiene en sus medallones las figuras
en relieve de una fuente, un Sagrario y un pozo.
En estos dos altares, la composición religiosa
es más simple, más elemental y objetiva.
Se trató de representar los hechos importantes
o más sobresalientes de la historia Sagrada y
la Pasión con cierto carácter narrativo,
que fácilmente pudiera ser comprendido por el
público indigena de esta capilla,. Además
los temas en ellos representados completan los símbolos
e imágenes que sobre estos temas ya se habían
indicado en los retablos de San José y de la
Virgen de los Dolores, como se recordará.
Por lo que toca al oficio de las imágenes, cabe
decir que presentan las mismas características
formales que privan en todo el templo y por lo tanto
no las vamos a repetir aquí. Los relieves, que
son la mayor novedad según dijimos, presentan
composiciones más barrocas no tanto en cuanto
al movimiento en si de las figuras, pero sí en
cuanto al tratamiento de paños, nubes, cortínajes,
en fin, al número de accesorios que componen
cada escena. Por lo demás los cuerpos de las
figuras tienden a las mismas actitudes discretas y ofrecen
los mismos rostros convencionales que las estatuas de
talla completa, salvo las escenas del retablo de Jesús
Nazareno., en que las figuras, obligadas por el tema,
se mueven más.
Este conjunto de retablos forma de por sí una
perfecta unidad dentro de su capilla. Puede explicarse
y existir independientemente del conjunto retablesco
del templo, pero a la vez completa y amplia en cierto
modo los temas tratados en éstos. El retablo
de Ánimas, por ejemplo, constituye una lujosa
solución muy funcional, además, para las
celebraciones de difuntos, que simplifica las necesidades
de la parroquia.