Cuando la naturaleza de Tetelcingo vestía el ropaje de su
virginidad esplendorosa aún no mancillaba por el pie
del audaz conquistador hambriento de aventuras, esa diosa
campirana se extasiaba luciendo su ropaje de oro y tul, bajo
un cielo trazado por el pincel de una policromía azteca. En medio de ese paisaje de quietud tendió su figura fantasmal un suceso extraordinario e increíble a la vista humana. Un hogar humilde encajado halla en la espesura del boscaje. Fue el actor de ese escenario de sombras y de terror. Las creencias divergentes de los padres e hijos se revolvían cual volcán en erupción. Los primeros creían ciegamente en la existencia
de un ser superior a sus dioses y que estaba en los
cielos y en la tierra; mientras que uno de sus amados
hijos mantenía vivas en su corazón las creencias
ancestrales: idólatra ascendrado rindiendo
culto al sol, la luna, el agua y las estrellas. Jaliel, que así se llamaba el joven al oír la sentencia dictada por sus padres, ya maldito, alucinado y perturbada su alma, salió de la casa paterna meditabundo y triste, llevando sobre su frente el signo de esa anatema y encaminando sus pasos a la vera del camino que se encontraba en el lomo de la colina cubierta de frondosos cedros, granadillos, cuéramos, avillos, nogales, capulincillos y campisiranes, en su carrera de demencia tropezó de improviso con un pedrizco que el destino le ofreciera, cayendo con la cabeza destrozada y saliendo de su corazón la sangre a borbotones. Este adolescente en medio de las garras convulsivas de la muerte imploró clemencia a ese ser omnipotente, desconocido para él, pero que sus padres le ofrecían en ese mismo instante, el cielo se rasgó y un clérigo relámpago zigzagueó en la comba azul del firmamento, deteniendo en el lugar donde yacía el cuerpo de Jaliel, obtuvo el perdón de ese dios grande y poderoso, pero en castigo su cuerpo ya inerte se fue hundiendo poco a poco, quedando sobre la superficie de la tierra la silueta de Jaciel; brotando un pequeño manantial de agua en el sitio en que explotó el corazón maldecido por sus padres. Pocos Taxqueños conocen la leyenda
pero todos saben
donde queda el "Callejón del
Hundido" |
El Callejón del Hundido
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