Para escribir Callejones de Taxco, el compositor Juan Helguera hizo memoria de los recuerdos que había acopiado en múltiples visitas a la bella ciudad de Guerrero y cuando le propusieron que hiciera dicha pieza volvió a recorrer la ciudad para nutrirse de sus rincones, sus luces y resonancias plásticas y sonoras.
Fue una inmersión en aquel embudo maravilloso. Caminé nuevamente los callejones que más me gustaban y me decían algo. No hice ninguna investigación bibliográfica o cualquier otra cosa parecida, simplemente recogí sus imágenes e hice la pieza. Soy un simple conocedor visual de Taxco?, dijo el prestigiado autor mexicano.
Pero lo que Helguera describe en Callejones de Taxco es menos un embudo que un laberinto del que se desprenden las incidencias cotidianas de una pequeña ciudad de 150 mil habitante; colgada de la falda de una sierra alta, cortada y escalonada en terrazas pobladas con casas de cal y canto, con tejados de dos aguas y abiertas por alrededor de 75 callejuelas angostas que todavía hace medio siglo eran predominantemente transitadas por personas y bestias de carga.
Un laberinto colmado de platerías, talleres de orfebrería de los que aún se desprenden viejos sonidos de martilleo; fondas, posadas, hoteles, agencias de viaje, parroquias, templos, capillas y plazuelas en las que se vierten mercancías culinarias, agrícolas y artesanales de las comunidades indígenas de la antigua Chontalpa.
Las referencias históricas de Taxco están a la vista y atrapan al viandante con la nomenclatura de los callejones, procedente la mayoría de la primera piedra, el primer muerto o el primer fantasma germinado en la callejuela. Además de conservar casi intacta su arquitectura colonial, Taxco tiene el mérito de no haber desplazado los nombres originales de sus callejuelas, conservando así el vínculo directo de éstas con el hecho histórico, la anécdota o la leyenda que los engendró hace varios siglos.
De este venero comunitario, tan rico y más duradero que la plata, se nutrieron Helguera y los otros 14 eminentes músicos que han homenajeado a Taxco ?Ernesto García de León, Gerardo Tamez, Julio César Oliva, Juan Falú, Guillermo Flores Méndez y Manuel López Ramos? y se han alimentado escritores locales como Sinecio Moctezuma y Rogelio Avilés Ocampo para convertir en libros más de medio centenar de leyendas.
La resonancia a plata, a sol y a laberinto minero que aún flota sobre Taxco está grabado en los nombres de callejones como Cenas Obscuras, Las Estacadas, El Corcovado, Pajaritos, de la Muerte, Chachalacas, del Hundido, del Resbalón, de la Palma, del Arco; de plazuelas como Bernal, San Juan, San Nicolás y de los Gallos; de barrios como el del Chomello, Cantarranas, de la Mulata, de la Garita y de los Jales; y de casas famosas como de Chavarrieta, Vidaurreta, del Jumil, Humboldt, del Hospital, del Verdugo y La Lágrima.
Las historias que se desprenden de cada una de estas piezas arquitectónicas no siempre invocan hechos felices o simplemente anecdóticos. La calle de las Estacadas recuerda el martirio que muchas mujeres de la época de la colonia española vivieron, cuando fueron condenadas por la Inquisición a morir penetradas por una estaca de madera afilada montada sobre una piedra de casi un metro cúbico. Este instrumento de tortura y muerte es exhibido en el Museo Colonial de Taxco.
La antigua calle del Corcovado lleva ahora el nombre del ilustre dramaturgo mexicano del Siglo de Oro Español Juan Ruiz de Alarcón, cuya figura deforme le había dado esa nomenclatura a finales del siglo XVI o a principios del XVII. La residencia de Ruiz Alarcón estaba enfrente del Templo de la Veracruz, famosa en la actualidad porque de ella parte la procesión de los Encruzados, es decir, los encapuchados que se autoflagelan en la Semana Santa.
El callejón de las Cena a Obscuras se denomina así porque todavía en la primera mitad del siglo XX la sinuosa vía urbana, de no más de tres metros de ancho, tenía iluminación nocturna muy escasa y la mayoría de las familias cenaban a tientas u oscuras. El nombre, sin embargo, procede de la Colonia y probablemente se deba a la poca luz que siempre hay en la callejuela incluso en pleno día.
En su poema La calle de los Pajaritos, don Rogelio Avilés cuenta que en ésta vivió en otros tiempos una anciana llamada Chonita, que daba de comer diariamente a las aves callejeras y del bosque, incluidas urracas, pichones y gorriones, por lo que su casa siempre estaba colmada de cientos de aves?.
En la leyenda de La mujer del Puente Campuzano el mismo autor dice que esta construcción recibió ese nombre porque alguna vez existió una joven taxqueña muy linda llamada Amelia, que trabajaba en Iguala y a la que un caballerango de Iguala pretendía con malas intenciones. Al no lograr éste su objetivo por las buenas, la secuestró a lomo de caballo. En camino a Iguala, poco antes de llegar al puente Campuzano, la chinita fingió una necesidad y pidió al jinete que parara y la dejara bajar.
Éste accedió y permitió que Amelia se metiera al monte, pero no advirtió que a su retorno llevaba oculta entre sus ropas una piedra lo suficientemente grande y sólida para golpearlo en la nuca y matarlo una vez que ella estuvo nuevamente montada en ancas. Al caer el caballerango, sin embargo, el animal se encabritó y espantó propiciando que más adelante Amelia también cayera, se atorara de uno de los estribos y muriera arrastrada por la bestia.
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