Leyenda de la Bermeja


Después del descubrimiento de América, una mujer descendiente de la Casa Real de España, prima hermana de Felipe II, se lanza también a la aventura viniéndose a instalar en la parte éste de la ciudad de Taxco. Construye un lujoso Palacete, tapizando las paredes de oro y plata, y los regios ventanales, con cortinas rojo púrpura, haciendo un bello contraste con las alfombras de azul turquesa. Era un palacio de ensoñación. Todo era vida, alegría y vanidad.

La bermeja, que así se nombraba a esta exquisita mujer de cuerpo escultural, de facciones atractivas, verdes esmeralda sus ojos y ondulante cabellera. Se cuenta que su servidumbre debía tenderle barras de oro al trasladarse de un lugar a otro, principalmente cuando asistía a ejercicios religiosos. La exquisitez de sus pies dejaban impregnadas sus huellas, que en la actualidad contemplamos al transitar por el cerro de bermeja.

Un día de alegre primavera, se presenta un pordiosero solicitando caridad al mayordomo, éste se la niega arrojándolo a empujones, vuelve a insistír suplicándo, ya que tenía días que no tomaba alimento. A la discusión de éstos aparece ella con un enorme perro azuzándolo para que se abalanzáse sobre el mendigo. En medio de aquella espantosa lucha, con los ojos arrasados en lágrimas el pordiosero pide auxilio y en vez de ayudarle, prorrumpe en burlezcas carcajadas, corriendo hacia uno de los rincones de la terraza para contemplar mejor la escena.

El limosnero, antes de ser devorado enorme perro pronuncia estas palabras: "tu orgullo y vanidad serán castigadas", y exhaló el último aliento. La Bermeja reacciona y estupefacta contempla el cuerpo inerte de su víctima, surge de pronto un temblor, la tierra se abre y comienza a hundirse aquel Palacio de cristal, oro y plata; orgullo de la mujer.

Ésta comienza a correr de un lado a otro, con las manos levantadas al cielo, en actitud de pedir clemencia a Dios, pero la sentencia se ha cumplido, el Palacio se ha hundido y a la Bermeja la encontramos convertida en piedra. En uno de los rincones de lo que antes fuera orgullo de la vanidosa mujer.

 


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